CELC #13 Cuando es verano en Buenos Aires

marzo 19, 2025

Situación 1: Cerrás los ojos, respirás profundo. Es verano en Buenos Aires, uno que empezó tarde pero cuando llegó fue pesado, violento, húmedo. Es un día de sensación térmica de 47º y sentís que te derretís. En el medio, un apagón masivo deja sin luz a casi toda la ciudad, los autos chocan porque no andan los semáforos, los subtes se paran y la gente tiene que caminar por abajo de los túneles para salir de ahí. Mientras todo eso pasa, suena de fondo esto

Situación 2: Son las once de la noche pero el calor no afloja. Estás caminando y la calle está vacía. Enero en Buenos Aires tiene esa magia, la ciudad sin absolutamente nadie. Se viene una tormenta, podés sentirlo por el aire pesado y esa sensación que solo la gente que habita esta ciudad entiende. Tenés una lata de cerveza en la mano y estás escuchando música en los auriculares; de la nada, el shuffle de spotify te tira esto y en ese mismo momento, aparece una brisa fresca que te devuelve la fé en la humanidad.  

¿Es perfecto, no? Bueno eso es el stoner para mi: verano en Buenos Aires. 

El verano en esta ciudad es una sensación constante de apocalipsis: calor sofocante, poca gente en la calle, olor a basura por todos lados, humedad, ratas que pasan adelante tuyo como si nada, caos, apagones, cerveza que se calienta a los dos minutos, no poder dormir porque no soportás tu piel. 

Me gusta mucho pensar los discos o géneros como pequeñas bandas sonoras para cada momento y, muchas veces, me es totalmente inevitable pensarlos como estaciones. No hay mejor género que caracterice el verano en Buenos Aires como el stoner. Me amigué con esta estación horrible cuando entendí el género, cuando se me metió en el cuerpo por primera vez. 

El shoegaze es invernal, frío y molesto, pero el stoner es sofoco, calor, olor a espiral. Es fumar paraguayo meado y prenderte mil puchos automáticamente después.

En la banda sonora de mi película apocalíptica que es habitar Buenos Aires en verano, suena Evil Eye de Fu Manchu, Stoner Witch de los Melvins, Nimbo de Humo del Cairo, suena entero Busse Woods de Acid King, cualquier cosa de Poseidótica y, por supuesto, todo Ciudad de Brahman de Los Natas, una de las bandas más importantes del género en este país.

 

La mejor descripción que leí en mi vida sobre el stoner la escribió Pablo Lakatos acá:

A mí me gusta el stoner porque cuando lo escucho cierro los ojos y siento que estoy en una tormenta de lava. Siento que es como escuchar el proceso de fosilización de las cosas a través de los siglos. Me gusta el stoner porque sus tonalidades graves, sus construcciones repetitivas, sus vocales escondidas en nubes de distorsión construyen, en mí, la alternativa moderna a cantos gregorianos: metal que se transfigura en mantra elevador, un rock como espacio de purificación.  

El stoner es exactamente eso. Es un sonido que te pega en el pecho, que te duele. Si hay algo que soy es una putita de los bajos. Ya lo dije, me erotizan, me encantan, el sonido se me mete en el cuerpo, entro en trance con un buen bajo. Por eso me gusta tanto el género, porque hizo que me enamore de ese instrumento hermoso.

La segunda mejor descripción se la leí a Sergio Chotsourian, líder de Los Natas en el libro «Stoner Argentino. Rock pesado y psicodelia», de Carlos Noro y Facundo Llano:  Hablo de un sonido crudo que apunta a un nivel de libertad tanto de la poesía como lo musical.

El 23 de diciembre del 2010 yo acababa de cumplir 17 años y estaba en Buenos Aires de vacaciones. Los Natas tocaban en Groove gratis, a cambio de un alimento no perecedero. La noche anterior había sido una de esas noches totalmente traumáticas para cualquier adolescente y me dolía todo el cuerpo. Con mi mejor amiga de ese entonces, compramos un pan dulce y un paquete de fideos y llegamos demasiado temprano, tanto que nos quedamos ranchando como dos horas con un fisura sentados afuera del baño: nos regaló una tuca y en vez de fumarla ¡¡nos la comimos!!. 

No tengo recuerdos nítidos de ese recital: Sé que caí en vestidito y sandalias  y miré todo desde un costado del escenario agarrada a una baranda. Lo aturdida que quedé borró casi todos mis recuerdos de esa noche, (no sé ni qué canciones tocaron) pero el sonido me quedó en el cuerpo lo suficiente para que 15 años después, seguir recordándolo como el mejor recital de mi vida. 

Los Natas no tocan más hace años, pero siempre será la banda de uno de los mejores recitales a los que fui en mi vida. La banda que me amigó con el calor sofocante y que me hace sonreír cada vez que suena esto. La banda que me hizo ser una putita de los bajos. La que me hizo amar mientras sufro el verano en Buenos Aires.