Los 30 te ponen un poco místico. Empezás a querer encontrarle explicación a cosas que no la tienen, cualquier tipo de explicación.
Por eso la gente de mi edad ahora está en una con la astrología o las pseudociencias, buscan respuestas a cosas que a veces no las tienen (me incluyo). Buscar la explicación de por qué somos tan insufribles y en vez de responder que es porque nos criamos consumiendo literatura basura y películas de mierda, lo justificamos con que Aries está en Leo o alguna de esas cosas.
En esta cosa de querer encontrarle una respuesta genial a cosas que simplemente pasan, el último año decidí dedicarle mi vida a dos deidades: El ángel del porro y el ángel de los recitales.
El Ángel del porro existe y se manifiesta de las maneras más hermosas. El ángel del porro tiene diferentes formas y colores y muchas veces aparece de la manera que menos lo esperás.
En mi caso siempre estuvo ahí: Se hizo presente en forma de paraguayo meado cuando era muy joven y no tenía un peso, en forma de tuca de un desconocido cuando tenía 16 años y vi a los Natas en vivo por primera vez. Se manifestó una vez mientras esperaba el subte y se manifiesta en todos los recitales a los que voy.
A veces hay que dedicarle ofrendas al Ángel del porro: ya sea con plata (comprar cada tanto), siendo amable con el prójimo (convidando porro siempre) o en mi caso, también con un cuenco de cerámica donde guardo todas las tucas para cuando me quede sin. El Ángel sabe que sabés que un día puede no estar más, entonces vé esta situación y se sigue manifestando (nunca toqué una sola tuca de mi caja de tucas).
¿Por qué voy a tantos recitales? Porque también existe un ángel de los ídems. Una deidad maravillosa que logró cumplir mi sueño de la adolescencia y que por cosas del destino me permite ir (a veces gratis) a casi todos los que quiero. Las ofrendas al Ángel de los recitales son más complejas pero posibles (invitar a ese amigo que no tiene un mango, acompañar a alguien a ver bandas que detestás pero hacerle la segunda, trabajar de más con tal de conseguir dicha entrada…)
Esto me lleva a pensar en la hermandad maravillosa entre el porro y los recitales. ¿Qué fue primero, el porro o el recital?. Obvio que puedo ver a una banda sin estar fumada, pero de todos los consumos, es el que más prefiero a la hora de escuchar música.
Cómo este newsletter no son solo ideas sin sentido de una treintañera fumada, me puse a investigar y resulta que hay estudios que explican la relación entre el porro y la música.
Hay uno que explica que el cannabis “inhibe la actividad del hipocampo, lo que interfiere con la formación de recuerdos a corto plazo”. Básicamente, esto hace que la mente se enfoque mejor en el momento, mejorando la concentración y evitando que la mente “busque recuerdos en la memoria para predecir lo que sucederá a continuación”.
En resumen, cuando fumás porro, la combinación de éste con la música hace que el cerebro perciba las melodías como algo más novedoso e impactante.
Otro estudio también decía que cuando una persona presta atención a la música, su cerebro muestra ciertos patrones de actividad eléctrica en áreas específicas del cerebro.
El consumo de porrito también parece tener un efecto medible en el procesamiento musical en el cerebro, “mejorando temporalmente la percepción acústica”. Lo que decía el estudio es que la música contribuye a que nuestro cerebro libere dopamina y esto nos produce sensaciones de bienestar. “Dado que el cannabis también produce este efecto en nuestro cerebro a corto plazo, se puede deducir que los dos elementos a la vez generan un alto nivel de gratificación para nuestro cerebro”.
Basicamente, el porro mezclado con la música libera dopamina. O sea, nos hace felices.
Porque no pasa con otras drogas, no soy una gran experta ni una gran consumidora, pero la experiencia me dice que no es lo mismo ver a una banda después de darle tres secas a un porro que duro como una mesa después de tomar merca en el baño del antro de turno.
Uno de mis deportes preferidos es mirar al público e intentar localizar drogadictos en los recitales e intentar adivinar qué hay en su sistema. Y ver a cual de ellos abrazó el ángel del porro.
Con amor, P.S.
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