Calculamos mal nuestra ansiedad en tiempos de coronavirus y ya nos fumamos las reservas de todo el invierno. Van sólo tres dÃas, quemamos un bosque entero y los panelistas siguen sin entender nada de lo que está pasando. Por suerte, no evitan que el conocimiento se interponga a la hora de hacer un comentario intransigente en este prime-time pandemicus.
Volviendo a la situación del Faso. Estamos destruidos. Nuestra moral se vino abajo como un edificio. ¿Por qué ninguno de ese equipo de selectos que rodea al presidente no consideró que visitar al dealer es una cuestión de máxima necesidad? Es la persona que más visito por año. La única, arriesgarÃa decir.
¡Ninguno de esos idiotas que se hacen llamar expertos de la medicina consideró esto! Mi nivel de frustración apeló a mi escepticismo y me instó a volver a creer que todo esto se trata de una maniobra evasiva de Estados Unidos, que implantó un virus en China para destruir su economÃa, ayudar a los paÃses europeos a hacer la reforma jubilatoria que no pudieron llevar a cabo y castigar a Argentina por desalinearse de sus filas. Después me acordé que Donald Trump es su presidente y se me pasó.
Me fui otra vez de tema. Mis pensamiento están desorganizados por el estrés. Me acabo de dar cuenta que mi dealer vive a no menos de 30 cuadras y que la pantalla es una casa de electrodomésticos. Evidentemente, un local que va a estar cerrado por las medidas gubernamentales. No puedo reventarle el teléfono para preguntarle dónde vive, además que no es un novato que arriesgarÃa su libertad por un menudeo. Por ahÃ, no es. Necesito conseguir uno como «los de antes«. Voy a empezar una rueda de contactos entre mis conocidos para ver quiénes tienen uno que esté en las cercanÃas.
Estamos prendiendo el último porro de las reservas. La situación es crÃtica. El de al lado puso Metallica: nos cabe, pero hasta ahÃ.