Trap y ambient, o qué hacer con el ruido

agosto 1, 2019

Self-made trapper

En los últimos años se multiplicó exponencialmente la cantidad de información que procesamos todos los días en forma de noticias, mensajes personales, mails, música y películas. En sintonía con estos tiempos que corren, hay una nueva generación de artistas que priorizan, ante todo, velocidad y cantidad. En lugar de tomarse tres o cuatro años para lanzar un disco, como es común en el rock, los traperos lanzan varios temas por mes: en lo que va del año el Duki sacó más de diez temas, entre propios y colaboraciones. Esto no es de por sí algo negativo; el ritmo al que producen música los traperos les da una espontaneidad que los asemeja a los punks de fines de los setentas. Pero, ¿se planta el trap desde un posición de rebeldía antisistémica como lo hacían los punks? Por un lado, las plataformas de streaming les permiten prescindir de las grandes sellos discográficos multinacionales, y en este sentido es una gran victoria del artista que vuelve a hacerse dueño de su música. Pero en el plano discursivo, el trap es una expresión muy coherente con la mentalidad y las exigencias de la época. Vivimos en un tiempo en que la precariedad laboral está elevando cada vez más la competitividad en el mercado del trabajo, a la vez que el discurso del self-made man, del empresario de uno mismo, carga a la persona con toda la responsabilidad de su suerte. El trap representa también eso. Salvo algunas excepciones, todos los traperos repiten un mismo discurso: el del pibe de barrio que por vivo y rebelde se hizo rico, y que con toda esa guita puede acceder a todos los lujos que promete el mercado y que tienen vedados la mayoría de sus seguidores. Como sintetiza el Duki en «Colombiana«:

Los menores ATR sueñan con una pistola

Con poder robar un banco o ser narco a ver si coronan

Vivir de la noche; con ser Messi o Maradona

Pero yo soy empresario sin tener ningún diploma

El resto me la come, hice que los míos coman

Treinta en oro, cuarenta pa’l viejo, el resto morfi y droga

 

Un living para llevar

Gracias a los smartphones, lo auriculares y las apps de streaming de música y películas, nos movemos en el espacio público de las ciudades con un pequeño living en el bolsillo. Podemos viajar en un colectivo viendo una película y escuchado por auriculares y no ver la calle ni el rostro de otra persona por el tiempo que dure el recorrido. Tenemos siempre una puerta de salida para una situación incómoda, un ascensor o una sala de espera. La música puede ofrecer un poco de calma en medio de esa tormenta de signos o puede incrementarla.  

Si el trap es una expresión artística acorde a la mentalidad de la época, hay también artistas que proponen estéticas de resistencia y escape. El ambient contrasta con la vorágine semiótica a la que nos vemos arrojados día a día. La creación de atmósferas sonoras funciona como un campo de fuerza contra el ruido del exterior, contra el exceso de estímulos. Es música que no entra en una story y que no admite notificaciones. El auge de este tipo de música se evidencia en la popularidad de playlists de Spotify del tipo «Música para estudiar» o «Música para dormir», pero por las dudas te dejamos un par de artistas que vale la pena escuchar:

Kali Malone

Kali Malone construye atmósferas relajantes y a la vez tensas en un disco de casi dos horas de duración dividido en tres partes, cada una tocada con un órgano diferente. 

 

Takahashi

Este japonés compone con su Iphone en los viajes en tren que realiza a diario entre su ciudad y Tokyo. Como su nombre lo indica, Low Power es música para individuos con baja batería.

 

David Toop

El polifacético David Toop selecciona lo mejor del trabajo de Jean C. Roche, un ornitólogo francés que viajó por todo el mundo grabando sonidos de la naturaleza. A lo largo de un set de dos horas se pone en evidencia la frágil línea que separa lo que es música de lo que no.

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