Tengo 28 años y me enteré que soy padre de un adolescente

marzo 15, 2017

Me llamo Facundo Soler, igual que un rugbier cordobés que a fines de los 90 llegó a jugar en Los Pumas. Esto lo sé porque ni bien pude googlearme busqué quién más se llama como yo y ese Facundo Soler, entre todos los otros Facundo Soler, resalta como el más conocido.
Nunca más me importó ese dato hasta la semana pasada.

Un mail llegó a mi casilla el viernes a la mañana de un tal «solertomi32″. El mail es lo más resumido que leí hasta ahora: el asunto dice Rugby y el cuerpo dice RUGBY. Adjunta hay una planilla de dos hojas titulada: «Evaluación pre competitiva menores de 18 años» y el logo oficial de la Unión Argentina de Rugby.

Hasta ahí mi cerebro se río de la coincidencia, se ve que el Facundo Soler rugbier y yo tenemos mails parecidos y este era para él y me cayó a mi. Pero luego mis neuronas empezaron a maquinar toda la trama detrás y eso me sacudió.

Tomi evidentemente es el hijo del Facundo Soler rugbier. Al igual que el padre es rugbier y evidentemente heredó ser un buen rugbier, porque le está pasando por mail la solicitud para comenzar una carrera como rugbier. No cualquiera comienza ese camino pero un hijo de un rugbier lógicamente puede terminar como rugbier.

Hasta el día de hoy es el acercamiento más grande que tuve en mi vida hacía el rugby. De hecho mientras escribo estas líneas es la vez que más veces leí la palabra «rugbier». Siempre me pareció un deporte aburrido y un ambiente absolutamente ajeno. La segunda vez que estuve tan cerca del rugby fue cuando tenía quince años y salía con una piba que se llamaba Fiorella y vivía cerca de casa. «Salía», la veía a veces y en dos o tres ocasiones le habré robado dos o tres piquitos. Fiorella me dejó después de esos encuentros y al mes me enteré que salía con un pibe que se llamaba Hernán y jugaba al rugby en el club de la zona, el San Martín, justo atrás de la cancha de Almagro.
A la altura que ellos arrancaron a salir yo ya estaría enganchado con otra piba pero Hernán no tenía las mismas habilidades de olvido. Nunca en la vida nos cruzamos ni sabíamos cómo eran nuestras caras pero él mandó a decirle a gente en común que me iba a matar a piñas porque estaba celoso de todo aquel que haya tocado anteriormente a su ahora novia. Ya había fajado a otros dos pobres diablos y a mi me la tenía jurada. Una vez lo vi de lejos en un boliche de matiné. Tenía mi edad pero medía treinta cm más, pesaría veinte kilos más y era pelado, algo que a esa edad deja claros indicios de demencia. Quizás en un mano a mano podía llegar a encajarle una piña, teniendo en cuenta que a esa edad él sabía derribar gente de su tamaño y yo como maniobra más intimidatoria me sabía de memoria «Siempre Peligroso» de Cypress Hill. Pero el tipo no tenía fama de pelear mano a mano, se movía en una patota de simios violentos como él que nunca bajaba de la docena de tipos vestidos con remeras A+ y zapatos náuticos.
Me acuerdo el miedo que me dio cuando me corrió una vez por Devoto al grito de «Te voy a matar Cufa», (en esa época me decían Cufa) y logré escaparme hasta mi casa, sin lograr dormir en toda la noche pensando que ya sabía en dónde vivía. Por suerte logré evitarlo antes de que lo haga y la pareja dejó de salir, rompiendo el inexplicable voto de violencia del pibe. Nunca más supe de los dos.

Yo a los quince años no era tan intimidante.

¿A qué voy con esa anécdota? Que desde ese día detesto el rugby. Lo asocio con ese adolescente imbécil y a sus adolescentes imbéciles amigos. Pero esta oportunidad de otro Facundo Soler no solo es mi acercamiento mayor al rugby, también lo es a la paternidad.

En 28 años no tuve hijos. Tuve parejas pero no tuve hijos. No tengo idea lo que es tener la responsabilidad de un descendiente y este «incidente» es lo más cerca que lo estaré por el momento.

Sé pocas cosas de «mi hijo». Estimo que se llamará Tomás ya que su mail es «solertomi32@gmail.com» y dudo que tenga 32 años porque me está pidiendo permiso como menor para jugar en los Pumas. A mi razonamiento el «32» es el número de su camiseta o el tipo es fan de Tévez. O había 31 casillas de mail de «solertomi» y a mi hijo le tocó ser el 32. No es tan importante.

Al recibir un mail de él doy por sentado que mi hijo tiene conocimientos básicos de informática. Sabe utilizar internet, aunque sin prestar mucha atención a dónde envía sus mails. Sabe tipear. Aunque es bastante escueto para tipear: el asunto dice «Rugby», el cuerpo del mail dice RUGBY y abajo está la solicitud, que creo, mi hijo quiere que firme. O no le gusta dar muchas vueltas o tiene una capacidad de resumen suprema. Me hubiera encantado que mi hijo se explaye más en el mail y así entender cómo es nuestro vínculo, mi mail ideal a recibir como padre imaginario de Tomi es el siguiente:

«Hola Pa, ¿te acordes los papeles de UAR que te dije que me tenés que firmar? Están acá, imprimilos, llenalos, firmalos y entregalos».

En realidad no me gustaría que me mande eso. En todo caso, si Tomi quiere efectivamente ser un Puma como yo, su padre, que imprima los formularios, que los llene y que me de para que lo firme y luego él se encargue de presentarlos en tiempo y forma. Soy un ex Puma, no tengo tiempo para esto.

Por culpa de ese mail ya estoy teniendo mi primer cruce interno entre ser un padre amoroso que hace las cosas por su hijo o ser un padre ortiba que exige disciplina de su hijo para inculcarle responsabilidad. Y ni siquiera soy padre.

De hecho si fuera su padre no sé si quiero que Tomi sea parte de los Pumas. Los Pumas son como los rugbiers supremos y en mis recuerdos, los rugbiers son todos unos adolescentes pasados de esteroides que quieren golpear salvajemente a pibes tranquilos que escuchan Fun People. Quiero que Tomi sea un pibe tranquilo que escucha Fun People, que respete a todas las personas que lo rodean, siendo feliz con lo que tiene y puede conseguir con su esfuerzo y no con cuarenta tarados alrededor. Y tampoco quiero que use zapatos náuticos, es un adolescente.
A decir verdad odio el rugby, «Papá quiero ser rugbier» debe ser la tercera cosa que menos quiero escuchar de mi hijo. Las primeras son:»Papá asesiné a alguien» o «Papá violé a alguien», no importa en qué orden.
Pero Tomi quiere ser rugbier, por eso me manda esa Evaluación Pre Competitiva. Su felicidad depende de ese deporte que me es ajeno en esa sociedad de la que nunca formé parte.

Estoy teniendo mi segunda crisis como padre: incularle a mi hijo lo que quiero de él a pesar de lo que él quiere o dejarlo ser feliz absteniéndome a las consecuencias de que se transforme en el tipo de persona más horrible que mi adolescencia recuerde.

Mi viejo hubiera firmado los papeles. «Si querés ser rugbier, sé rugbier», me hubiera dicho. Pero a la primera de cambio que me llegaba a ver atormentado a un pibe porque sí, me hubiera hecho saber que me estaba comportando como un pelotudo. No me hubiera pegado una piña, me hubiera dicho «Te estás comportando como un pelotudo» y me lo hubiera dado a entender.

Voy a firmar los papeles de Tomi, lo voy a dejar jugar al rugby y voy a intentar hacerlo entender que la vida es muy corta y hermosa para comportarse como el idiota que todos nos sentimos cómodos al odiar, no quiero que crezca y siga usando zapatos náuticos. Bah, eso espero que haga el otro Facundo Soler.