«Yo tenÃa seis años entonces, y habÃa discos de Harry Lauder, y cortinas de abalorios, y Hermoso Ohio, y cuadros de Maxfield Parrish que colgaban todavÃa de las paredes, y arquitectura de principios de siglo. ¿Y si los marcianos hubieran sacado este pueblos de los recuerdos de mi mente? Dicen que los recuerdos de la niñez son los más claros.»*
Amparo intenta recordar el nombre. Las canciones de The Carpenters que su madre le hacÃa escuchar de chica hacen shuffle en su mente. «HacÃan algo del estilo de Simon & Garfunkel», evoca, mientras hace el esfuerzo de rememorar el tÃtulo de la banda en la que se conocieron sus padres, guitarra y canto mediante. Su abuelo era pianista de jazz y componÃa jingles. En su infancia, vivÃa con él y aprovechaba para jugar con los aparatejos del estudio que tenÃa en su casa. Se sentaba en el piano y tocaba. Ante su entusiasmo, la llevaron a tomar clases cuando iba a la primaria. Se aburrÃa; duró dos semanas. En esos quince dÃas, se aprendió la canción de Alicia en el PaÃs de las Maravillas. Cuando cumplió quince años, se encontró con un cassette perdido, adentro sonaba una grabación de aquella banda familiar. No pudo resistir la tentación y, durante el tradicional ritual de velas en la fiesta, le puso play. Es el dÃa de hoy que su mamá no se acuerda del tema, pero de cuánto le gustan The Carpenters no se lo olvida más, dice.
Para Nicolás, fue otra la historia. Y no es que a sus padres no les gustase la música; escuchaban la radio y «esas giladas de los «˜70″. Dice «giladas» con cariño y respeto, el niño Castelli, lo sabrÃan si supiesen lo que siente cuando alguien vuelve a hacer sonar Crosby, Stills, Nash & Young en la habitación. A su mamá le gustaba Almendra, a diferencia de él, a quien la tapa de aquel disco le parecÃa demasiado turbia. Su hermano, siete años mayor, fue la brújula. Primero Nirvana, Pantera, Metallica. Más tarde Los Brujos, El Otro Yo, un VHS de Fun People que miraban todos los mediodÃas juntos antes de que él se fuese a la colonia de vacaciones. TenÃa cinco años. Con sus amigos formaba bandas «teóricas», en las que tocaba un bajo imaginario. De la colonia no se acuerda nada, pero de ese VHS de Fun People no se olvida más, dice.
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«La niña soltó distraÃdamente una mano y se ajustó a la cara una inexpresiva máscara dorada. Luego, sacó de un bolsillo una araña de oro y la dejó caer mientras el capitán seguÃa hablando. La araña subió dócilmente a la rodilla de la niña, que la miraba sin expresión por las hendiduras de la máscara. El capitán zarandeó suavemente a la niña y habló con una vos más firme: -Somos de la Tierra, ¿me crees?»*
«Hablemos de gatos toda la noche», responde, cuando se le anticipa que viene la pregunta obligada. Le brillan los ojos al mencionar a Kichu, su gata de cuatro años, la mascota que también lleva tatuada en la piel. «Mi mamá me regaló una tasa que tenÃa palabras que contenÃan el vocablo «˜cat’ y cada palabra estaba representada por un gatito haciendo algo con esa palabra. HabÃa uno con «catnap» -pequeña siesta o siesta de gato- y, claro, un minino durmiendo al lado. Cuando recién estaba empezando a estudiar música y buscaba un pseudónimo, ahà fue cuando se me vino la tasa a la mente». Su primer disco está marcado con la firma de Catnap (asÃ, con una sola «p»). Lo olvidó por un rato, durante su luna de miel con las bandejas bajo el a.k.a. Ampexx, pero retomó la identidad felina cuando empezó a pensar en este proyecto. Como la cuenta de Soundcloud ya existÃa, decidió duplicarle la última letra. Para Amparo «Catnapp» Battaglia, «tocar en vivo es como cuando la reviven a Uma Thurman en Pulp Fiction«. Y ya nadie se atreve a encontrar mejor definición. TenÃa trece o catorce años el dÃa que subió inédita sobre las gradas, en una muestra de canto en el Colegio de la Ciudad, donde cursaba primer año. Estaba nerviosa. El chico que le gustaba de quinto año la mirada desde el público. Cantó el tema Hero de Mariah Carey. ¿Quisiste huir? «No, para nada, no veÃa la hora de subirme otra vez. QuerÃa hacerlo de nuevo, querÃa hacerlo mejor.»
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«Todo en Marte era tan imprevisible como el curso del tiempo. Sintió alrededor las calcinadas colinas, pensó en la tierra del valle. El fuego tembló sobre las cenizas soñolientas. El distante rodar de un carro estremeció el aire tranquilo. Un trueno. Y en seguida, el olor a agua. Extendió la mano para sentir la lluvia.»*
La mañana que llegaron a Misiones, llovÃa. La recuerdan como una mañana hermosa, subtropical. HabÃan viajado a Posadas para participar en un festival, la primera vez que tocaban juntos en público. Ese dÃa nació Eyeblink, el noveno track de A Cliff in an Eyeblink (2014), el primer disco que lanzan versión dupla y para el que Ampi ya tenÃa muchas canciones compuestas, pero en las que Nico luego contribuyó con su «increÃble desprolijidad». «Ã‰l tiene un punto de vista diferente a todos los productores del mundo. No le importa la cuadratura, no le importa la cantidad de compases. Sorprende todo el tiempo. No es que viene un cymbal en reverse y de pronto estalla, sino que el chabón viene con un cymbal en reverse, y después te tira dos compases de minimal y después sale con un pad, y queda increÃble. Es super fresco. Por eso me interesó trabajar con él», dice ella mientras él sonrÃe. A Cliff in an Eyeblink es un disco oscuro, pero reparador. Nostálgico, pero cálido. En sintonÃa con esos momentos en la vida en los que huÃs «“de vos, de los otros, de los miedos- queriendo llegar a un lugar nuevo y te encontrás con esa sensación reconfortante de felicidad en la que todo se aclara y, finalmente, hacés lo que realmente sentÃs. Como cuando en febrero del año pasado Amparo le propuso a Nicolás empezar a compartir el espacio creativo y el escenario, asà como habÃan estado compartiendo el amor por la música desde que se hicieron amigos. Era verano del 2006. Ella estaba con Agustina y Camila. Él con varios amigos que ella habÃa conocido durante su viaje de egresados. Ambos se habÃan ido a vacacionar a Pinamar, ciudad costera cuyos bosques y playas, en esos giros del destino, servirÃan de locación al video de Glaciers, el tema inaugural del disco. Iban todas las noches a KU a escuchar y bailar música electrónica hasta las ocho de la mañana. A partir de ahÃ, todo fue in crescendo. Estudiaron la misma carrera (Producción de música electrónica en Sónica). Se hicieron el mismo tatuaje (ya verán). Terminaron tocando en la misma banda. Es divertido verlos completarse las frases, rescatando datos de la vida del otro que el otro no recuerda, siendo cómplices. «Está buenÃsimo estar arriba del escenario, cada uno haciendo su parte y, al mismo tiempo, contribuyendo juntos a que todo eso suene, mirándonos y sabiendo que estamos sintiendo lo mismo».
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«¿Sabe usted cómo es Marte? Es como un juguete que me regalaron en Navidad, hace setenta años. No sé si usted le conoce, lo llamaban calidoscopio: trocitos de vidrio o de tela de muchos colores. Se levanta hacia la luz y uno mira y se queda sin aliento. ¡Cuántos dibujos! Bueno, pues asà es Marte. Disfrútelo.»*
Amparo y Nicolás comparten un tatuaje: las perillas del Ableton Live, el programa que usan para producir. Fue en Welldone Tattoos, en febrero de 2010, cuando aún no hacÃan canciones juntos, pero compartÃan música en grandes cantidades. Él dice que las suyas son un poco deformes, pero que le encantan igual.
El primer tatuaje de Nicolás fue una flor de loto, a los diecinueve años. De la flor se desprende un pentagrama, porque era preciso que fuese significativo. Mamá Mirta se negaba y, en una especie extraña de negociación, terminó haciéndole el diseño ella misma y llevándolo a la merced de un compañero de su trabajo que tatuaba bastante mal. A los dos años, se lo retocó «un tatuador de la puta madre», Andrés. Hace unos meses, le agregó un fondo de nubes. Dice que su tatuaje es como su relación con la música, que fue creciendo con ella, que fue poniéndose «piola».
El primero de Amparo también fue floral: dos lirios en la espalda. Se lo hizo con una amiga. También tiene una dalia, en honor a su abuela, de nombre homónimo. Dice que la dalia en honor a Dalia fue el tatuaje que más le dolió, junto a Marcio, el gatito azul marciano con cola de cable plug que habita su gemelo. Del planeta rojo lleva otra marca, un tatuaje que dice «Esto es Marte», en homenaje a su libro preferido en el Universo entero, las Crónicas Marcianas de Ray Bradbury. «Siempre que Bradbury describÃa Marte, me generaba una sensación hermosa de calidez. Los cielos, la arena, la ciudad rota, los marcianos morenos con ojos dorados. Un dÃa, cuando madrugaba para ir a trabajar, estaba cruzando un puente y vi un amanecer que me generó lo mismo. Y ahà me di cuenta que Marte no es tan sólo un lugar, es una representación. Marte también está acá y puede estar en cualquier otro lado. Marte es esa sensación reconfortante de felicidad cuando todo se aclara y, finalmente, hacés lo que en el fondo, y sin saberlo, tenÃas planeado».
«Bueno, pues asà es Marte. Disfrútelo. No le pida que sea otra cosa, tómelo como es. ¿Sabe que esa carretera marciana tiene dieciséis siglos y aún está en buenas condiciones? Es un dólar cincuenta. Gracias, y buenas noches.»*
*Crónicas Marcianas, Ray Bradbury, 1950.
Fotos: Dani Cabanas
Catnapp se presenta hoy a la medianoche en Niceto Club Lado B (Humboldt 1358). Las entradas se consiguen en la puerta del lugar a $50.
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