¿Qué serÃa de un disco como Cruel Summer en nuestros niveles de apreciación genuina del hip-hop previos a la aparición de Pharrell? ¿Disfrutamos más del hip-hop teniéndolo entero a torrents de distancia o simplemente actualizamos el bosquejo del género que hace quince años dibujábamos entre Illya Kuryaki y Beastie Boys? ¿Es más auténtico el oficinista que escucha Shabazz Palaces en FLAC, o su sobrino que bajó el Fruity Loops para jugar a que es el Porta con los amiguitos?
Nosotros somos el juicio que tengamos sobre el hip-hop, y por eso nunca vamos a tener la verdad absoluta con ninguna de sus aristas: Chuck D reivindicó por Twitter el genio musical de Flavor Flav, GZA editó Liquid Swords (1995) con un juego de ajedrez como un guiño al hecho de que está -mentalmente- superdotado, A Tribe Called Quest también hablaba de orgÃas en las letras, Chief Keef debe tener mejor dicción que Mike Skinner, Dilla hizo un disco de collage mejor que los de cien alemanes juntos… Hip-hop es ciencia, y todo en ella puede ser refutado algún dÃa.
Entonces podrÃamos establecer que My Beautiful Dark Twisted Fantasy fue una obra maestra, el pico triunfal de años de producciones maravillosas, búsquedas sonoras muy serias y principios conceptuales bien firmes entre las nubes del ego y los derrapes públicos y privados de Kanye West. Escuchar Cruel Summer no deberÃa hacer que baje ni un poco la apreciación a futuro del disco de 2010 (sobre todo porque en el álbum que nos ocupa hoy Yeezy está más bien en laissez faire), pero lo mÃnimo que provocan muchas de las canciones es la misma incomodidad que causaban el desfile un poquito largo de descargos polÃticos de So Apalled, o el chiste poco externo repetido al final de Blame Game. Esto es fundamental de entender: Kanye no hace arte cuando le paga a Elton John por un minuto de piano, ni hace basura cuando se pone a quemar juveniles como si fuera Falcioni. Hace discos perfectos como Late Registration (2005), produce épocas doradas como la etapa Blueprint de Jay-Z y coordina proyectos mediocres como Cruel Summer, desparejo y fallido más allá de principios o gustos.
Honestamente, con algo de olfato musical deberÃa ser imposible que se acerquen a este disco esperando encontrar otro capÃtulo en la vida del Brian Wilson negro que le gusta encarnar a Mr. West. Lo cual es sugerir que descarten de arranque ideas como cuerdas en exceso, reconocimiento del defecto propio, crisis treintañera o sugerencias de productor robadas a Jon Brion. Todos los invitados «fuertes» cumplen (Jay-Z sigue pareciendo Bono, pero al menos superó esos versos horrendos en Monster), los MCs con los nombres mal escritos a propósito están contenidos por una producción sobria (se exhiben también nuevos valores en este campo) que no quiere elevarlos a donde no necesitan o no pueden, la alineación en canciones es sensata y los hombres meten panza y misoginia adentro cuando hay una cantante de R&B en el estribillo. Pero es un disco colectivo, con la picardÃa tÃpica de que la suma de talentos no sea simple y matemática, e irónicamente en contra es un disco ecléctico, donde no existe necesariamente una intromisión del patrón (sobre todo este patrón) en los sonidos oxidados sobre los que suelen desempeñarse los empleados. G.O.O.D. Music reduce vagamente su área de cobertura a un grupo de artistas todavÃa dependientes de conceptos como features, editoras, productores y Auto-Tune, pero incluso en su vuelo bajo demuestra lo inasible del caleidoscopio del hip-hop: a mà el oficio de R. Kelly en To The World me conmueve mientras The One me resulta vomitiva; Mercy me da ganas de mandar mensajitos obscenos a mis seguidoras de Twitter y el call and response militar al final de New God Flow me vuelve católico, asexual y feminista. A ustedes quizá les suceda todo lo contrario.
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DEGUSTACIÓN
NEW GOD FLOW
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