Arqueó la punta de los pies para estirar su brazo por entre medio de los fármacos. Su infancia aún se ufanaba, sin éxito, en alcanzar el metro cincuenta de alto. Sobre las góndolas aledañas, se apilaban desodorantes y dentÃfricos, fijadores de cabello y algodones. Promediaba la década del ’70 a orillas del rÃo Avon en la ciudad inglesa de Rugby, cuando el niño del relato en cuestión entró a una de las tantas sucursales de la histórica cadena de droguerÃas Boots, con el único fin de ayudar a su madre soltera con las compras semanales. Quiso el absurdo mercantilismo que allÃ, junto a las cajas de analgésicos, encontrase una revelación. Rubio, desgarbado y con el torso desnudo, lo miraba de reojo a través de los grumos del delineador. «Lo vi con esos pantalones de cuero brillante y fue imposible no imaginarlo como un alien. ParecÃa que habÃa caÃdo de otro planeta», recordarÃa Jason Pierce décadas después, drogas y espacio exterior mediante. Porque quiso esta historia que, aún cuando no tenÃa ni la más remota idea «“aún cuando la mayorÃa del mundo no tenÃa ni la más remota idea- de quién era Iggy Pop, la tapa de Raw Power (1973) lo hipnotizase como nunca antes lo habÃa hecho nada en la vida.
Ilustración: MarÃa Eugenia Funes
De más está decir que fue el primer disco que compró. «Es un trabajo inmenso, completamente motorizado por las anfetaminas, sólo que yo no sabÃa eso cuando me lo llevé. Tuve suerte, de algún modo, porque toda mi premisa de vida la construà alrededor de ese disco». En un hogar partido, con una discoteca que contaba sólo con dos registros «“ un compilado del grupo vocal de pop australiano The Seekers y The Planets, la obra cumbre del compositor Gustav Holst«“ escuchó a la iguana y sus Stooges sin descanso hasta licuarlos en su sangre y cumplir los dieciséis años. En el otoño de 1982, dentro de los muros del Rugby Art Collage, finalmente sacó su eterno primer hallazgo del estéreo familiar para darlo en préstamo a un compañero de clases llamado Peter Kember, a cambio de la escucha de Psychedelic Jungle de The Cramps. The Gun Club, Tav Falco, The 13th Floor Elevators. Los discos iban y venÃan, al tiempo que se fortalecÃa una amistad y su propia prerrogativa. Todos esos músicos que los alucinaban y que«estaban tocando rock&roll al tiempo que mascaban ácido» iban a desencadenar la ruptura de Indian Scalp -la primera banda corte Bauhaus que integró Pierce- para acabar apadrinando el resultado de noches insomnes de space drone rock con el nombre, más que explÃcito, de The Spacemen.
Meses después, con un bajista menos (Pete Bain) y el reemplazo del baterista Tim Morris por el compañero de habitación de Pierce, Nicholas Brooker, la formación triádica mutó su apelativo por aquel que los harÃa inmortales. Le quitaron el artÃculo para alejarse, según sus propias declaraciones, del imaginario de las bandas surf y tomaron el tercer número de la escala de los enteros de un póster que habÃan encargado que rezara «Are your dreams at night 3 sizes too big?» Spacemen 3 sólo habÃa tocado una decena de veces en público cuando decidieron grabar su primer demo (For All The Fuckep Up Children Of The World We Give You Spacemen 3), el cual vendieron a £1 el cassette como ofrenda a todos los niños desvariados de su generación «“y de las que vendrÃan- que, sin duda, los incluÃa entre sus lÃneas. Durante aquella época iniciática, Jason abrazó la filosofÃa minimalista del Suicide de Alan Vega, la conjunción de melodÃas y abstracción de Sun Ra, el blues de Junior Kimbrough, la narcosis de La Monte Young. Hipnosis, densidad psicodélica y atmósfera reverberante se convirtieron en la marca registrada de los autoproclamados cosmonautas y fueron las claves de los shows anti-perfórmicos que brindaron esos primeros años, donde se sumergÃan en transes que podÃan durar más de cuarenta minutos, sentados a espaldas del público, ahogados en juegos de luces optocinéticas. «Con esas performances voluntariamente marginábamos a aquellos que podrÃan haber caÃdo allà de casualidad. QuerÃamos constatar que todos los presentes realmente estaban entendiendo de qué se trataba».
Los doppelgängers arribaron en 1986. Kember se transformó en Sonic Boom, al tiempo que Pierce comenzó a hacerse llamar J. Spaceman, ambos alias que los acompañarÃan de modo permanente mucho más allá de su separación, en los proyectos que vendrÃan. «Creo que nunca nadie me llamó Jason Pierce», se le oirÃa decir, con una mueca de satisfacción. 1986 también fue el año en el que el ahora Spaceman reemplazarÃa el primer conjunto de guitarra y amplificador que habÃa comprado en su adolescencia con parte de los £1500 de su beca escolar, por una Fender Telecaster y un HH (N. de R.: Harrison and Held) de los ’70. Los efectos de distorsión y tremolo que proveÃan las novedades tecnológicas se hicieron patentes en los demos grabados en el estudio de Carlo Morocco en Piddington (que en los ’90 serÃan lanzados de modo no oficial como el álbum Taking Drugs To Make Music To Take Drugs To) y en su LP debut, esa joya inaugural llamada Sounds Of Confusion (1986). «Estábamos grabando en el estudio de Bob Lamb, cuando comenzamos a escuchar ruidos. ProvenÃan del techo y parecÃan, realmente, de otro planeta. Ahà me di cuenta que eso era Spacemen 3. Terminamos haciendo esta especie de sonido extraterrestre que nos elevaba», sentenciarÃa Jason, en la definición más acertada que alguna vez alguien les dedicó.
Los sonidos de la confusión vieron la luz en julio, producido en tan sólo cinco dÃas, con un presupuesto de «“también tan sólo- £800. La historia fue muy distinta con su segundo álbum, The Perfect Prescription (1987), el viaje lisérgico conceptual en el que invirtieron ocho meses y más del triple del dinero en un acuerdo con el VHF Studio, que precisaba suplantar sus equipos de ocho pistas por otros de dieciséis. De aquella época, Pierce sólo guarda gratos recuerdos. «Nos propusimos demostrar que incluso sin saber tocar realmente los instrumentos, podÃamos lograr un sonido que encendiese». Y bien que lo hicieron; los colchones en el piso del estudio, las copas apoyadas sobre el Farfisa, los violines sonando de fondo. Sumergidos en sus cócteles de drogas, allà se encontraron con la paradojal lucidez de su zenith colaborativo. Pero algunos incrédulos afirman que nada es para siempre y que todo lo que sube, a fin de cuentas, tiene que bajar. Arreciaba una ola de calor estival por Inglaterra cuando Jason la vio por primera vez. Kate Radley fue amante, compañera, Yoko Ono, todo a la vez. Kember se quejaba de su artillerÃa distractiva, de su molesta ubicuidad, de sus intervenciones poco diplomáticas. Playing With Fire (1989) se convirtió en el fiel reflejo de una ruptura anunciada, plagada de controversias en derredor de los créditos de canciones que habÃan sido compuestas absurdamente por separado. No sólo el proceso jamás los encontró a ambos al mismo tiempo en el mismo estudio; incluso durante el tour nadie los hallaba en la misma van: Kember se reservaba el derecho de admisión y ya se sabe a que morena no dejaba pasar. El festival de Reading donó su escenario como cadalso, un 25 de agosto de 1989, el último recital que Spacemen 3 darÃa en su carrera. En septiembre del mismo año, fue la última ocasión en que trabajarÃan en conjunto en el estudio, sobre un cover de Mudhoney intitulado When Tomorrow Hits haciendo las veces de sepulturero. Más allá de que jamás se hizo pública la despedida, Recurring (1991) salió a la luz con aires de trabajo póstumo y una división más explÃcita que nunca «“un lado A para Kember, un lado B para Pierce- . Para ese entonces, el niño que conoció a Iggy Pop en la góndola de una droguerÃa, ya hacÃa más de un año que habÃa divisado la frase Spirituex Anise en la etiqueta trasera de una botella de Pernod.
Spiritualized nació de ese hallazgo etÃlico pero, aún más, del deseo de Jason por volver al ruedo. «No me gusta hacer discos, para ser honesto. Cuando salgo a la ruta, la música vuelve a cobrar sentido para mÃ. Es como una avalancha: te sumergÃs en ella, te atraviesa por completo. Peter estaba concentrado grabando los tracks de Recurring, yo sólo querÃa que la avalancha me cubriese otra vez». En el alud, se llevo consigo a todos los por aquel entonces integrantes de Spacemen 3, con excepción de Kember: Will Carruthers, Jonny Mattock, Mark Refoy. Fue esta la razón por la que un contrato aún vigente con Dedicanted Records lo forzó a lanzar el primer trabajo de su nuevo proyecto -un cover de Anyway That You Want Me de The Troggs– con el logo de la banda que lo vio crecer. Ese fue el último resabio de una época que dejarÃa atrás, negándose mil veces a hablar con Kember, menos aún a resucitar el cosmódromo. «¿Por qué deberÃa hacer eso? Me hubiese gustado ver la batalla de Waterloo cuando todo ocurrió, pero eso no quiere decir que voy a ir a un campito en el medio de la nada a mirar como algunos estúpidos hacen una especie de remake». Dicha sentencia final, por supuesto, no significó un abandono de la galaxia de psicodelia sonora que habÃa construido con su compañero de ruta, aunque Spiritualized fue y sigue siendo un laboratorio que pone en evidencia las inquietudes personales de su lÃder y único miembro permanente. Blues, soul, free jazz, garage rock, pop orquestal. La muerte, el amor, la redención, el rock&roll. El gospel que le presentó «Natty» Brooker a través de The Staples Singers, The Five Blind Boys Of Alabama, The Swan Silvertones. Los hongos que el mismo Brooker consumÃa en la época que diseñó la tapa tridimensional del primer LP de la banda, Lazer Guided Melodies (1992). Pierce se percató que ese espacio que siempre habÃa transitado, aquel por fuera de la estratósfera, aún le deparaba nuevos desafÃos.
Ladies and Gentlemen We Are Floating In Space (1997) lo encontró en la cumbre del reconocimiento y de la CN Tower de Toronto, en el show a mayor altitud registrado en la historia de las live performances. En junio de ese mismo año, Spiritualized serÃa la última banda en tocar en el legendario club nocturno The Haçienda. Allà comienza un trabajo de dirección orquestal que acabará por seducirlo al extremo de componer para otros 120 músicos en Let It Come Down (2001), sin ninguna preparación formal. «No sé leer ni escribir música por lo que tuve que encontrar la forma de operar en un campo que me era ajeno. Grababa la melodÃa con mi voz y luego lo pasaba al piano para que otro pudiera escribir la partitura. Lo mejor de la música es que no es una ciencia exacta, hay magia más allá de cualquier orden». Amazing Grace (2002) trajo consigo el nacimiento de su segundo hijo con la directora de cine Juliette Larthe «“asà como la fotoactividad de Pure Phase (1995) se gestó a la par de la partida de Kate hacia los brazos del frontman de The Verve, Richard Ashcroft. Es que la vida es un circuito sinuoso. Si lo sabrá Hank Pierce, quien en su tercer cumpleaños tuvo a su padre conectado a una máquina respiratoria en el Royal London Hospital. A Jason la neumonÃa le detuvo el corazón dos veces antes de ser rescatado del mal trago. Primero, se desquitó con un disco solista, Guitar Loops (2006); dos años más tarde, con el sexto disco de la prole de Spiritualized. Song in A&E (N.de R.: un sugestivo Accident & Emergency) serÃa, según Pierce, «un trabajo del diablo…con un poquito de mi asistencia». Porque, asà como el doo-wop de Dion & The Belmonte, The Dixie Nightingales y The Chanels le enseñó a hablarle al todopoderoso sin ser religioso, la experiencia le demostró que toda redención tiene, como contracara necesaria, un pecado.
Su salud le volverÃa a jugar una mala pasada en la grabación del más reciente Sweet Heart Sweet Light (2012), cuando fue diagnosticado de una dolencia crónica al hÃgado para la cual tuvo que tratarse con medicamentos para pacientes con leucemia. «Esa es una sustancia que no le recomiendo a nadie», rÃe el hombre que afirma que la canción más psicodélica alguna vez grabada es el cover del Slippin’ and Slidin’ de Little Richard por Buddy Holly. Es que nadie podrÃa discutir que las drogas jugaron un papel protagónico en esta historia. No hay que olvidar que un niño alguna vez se encontró con un disco de Iggy Pop junto a unos blisters de melamina. Los mismos blisters que emula la artÃstica original de Ladies and Gentlemen… Es que Jason Pierce encontró la música en aquella góndola, la descubrió como a la mejor de las panaceas. Porque no hay en el cosmos medicina más efectiva, ni receta más perfecta, que esa.
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