La electrónica puede ser tan fácil de disfrutar, incorporar y hasta entender, que sorprende cuando puede volverse tan difÃcil de argumentar. Voy a necesitar, además de Pink de Four Tet, dos lanzamientos recientes más para intentar explicarme.
Dependant and Happy de Ricardo Villalobos es todavÃa otra ratificación del poder indescifrable del tipo para reducir el concepto de una canción al corte de un sonido infinito, que venÃa y seguirá loopeándose en su camino, y que en el extracto que nos toca recibir parece acercar y alejar sus elementos a los auriculares según patrones azarosos generados por una computadora. Aunque bien podrÃan ser los caprichos del mismo Ricardo, quien ya hizo singles de 37 minutos, se tomó al microhouse como si fuera una jam de zarzuela o, para lo que vendrÃa a ser su primer álbum hecho y derecho desde 2004, incluyó un monólogo vomitivamente enunciado por 12 minutos que arruinarÃan la carrera de cualquier otro artista con fanáticos menos sedados. ¿Qué le podrÃa importar tanto a Villalobos, si Alcachofa (2003) ya mostraba esa intención de movimiento propia de una tarde veraniega libre sin posibilidad de playa?
CorrÃjanme: dÃganle minimal techno, tech o microhouse, pero aquel que se les aproxime necesita de una desfachatez inconsciente y zen, en grados que siempre pueden ser mayores, para subir a la pasarela, girar bien a la izquierda y no tropezarse antes de llegar al telón. Se escribe sobre una hoja que más que blanca es transparente, pero los sonidos caprichosamente volcados al disco suenan como elecciones que fueron imposibles de negociar.
Y Pink de Four Tet suena bastante seguido como el esfuerzo de un artista condicionado por ideas retrógradas sobre qué deberÃa pasar en un disco electrónico. En 2011, el single Pinnacles (para degustar, debajo de esta reseña) asomaba con una idea interesante que peligrosamente parecÃa encerrarse en unas pocas variantes: un sampleo que parece de King Crimson y otro que parece de Steely Dan entran en un ritmo, se rodean de sonidos nuevos que se acolchonan y desfilan por los efectos de un software de DJing recién instalado, como si alguien los estuviera probando sin saber exactamente a dónde ir. Del otro lado del vinilo estaba Ye Ye de Daphni, el proyecto paralelo de Daniel Snaith de Caribou, que expandido en singles y recientemente en Jiaolong parece un estudio de campo en los efectos del afro-beat sobre el house, más funcional si es citado en DJ sets que leyéndolo del álbum mismo.
En Pink, Pinnacles es antecedida por siete canciones más, de cohesión imposible y rendimiento irregular. Los mejores momentos (Locked, Ocoras, Pyramid) están cerca de la intransigencia exitosa que tenÃan las canciones en There Is Love In You, de 2010: si tardaban cuatro minutos en ensamblarse o arrancaban melódicamente desayunadas, se mantenÃan en lÃneas rectas muy cómodas de ser recorridas por cualquier muñeca. Recuerden de ese disco, además, la alternancia de canciones que rozaban lo engañosamente demonÃaco (los sampleos de Love Cry o Sing, que parecÃan mensajes subliminales en vinilos revertidos) con temas para improvisar una rave en la clase de yoga, con lo cual su accesibilidad cobraba doble mérito.
Pink es incómodo en tanto varios tramos parecen no querer ser escuchados, como también en la mueca a sabor agrio que provocan al resolverse. Jupiters resume el combo de sintetizadores histéricos, cortes innecesarios y pegatinas sonoras demasiado forzadas; una sucesión de climas impertinentes que llaman la atención más por lo molestos que suenan de arranque que por los matices a descubrir en sucesivas escuchas. Los amagues y caminos truncos del disco son tantos que parece imposible una inmersión profunda: es encontrarse con ansiedades y contradicciones internas en una obra que le canta a una satisfacción elaborada, pero sin vueltas.
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DEGUSTACIÓN
PINNACLES
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