M83
Hurry Up, We’re Dreaming
2011 – Mute
[9.5]
En el primer disco, sobre la base tan sintética como insistente de Raconte-Moi Une Histoire, una niña nos invita a convertirnos en ranas para saltar por todos lados y reÃrnos sin parar, atravesando océanos y planetas junto a millones de amigos-ranas, «el grupo de amigos más grande que el mundo haya visto alguna vez». Desde el segundo LP, más precisamente en New Map, Anthony Gonzalez nos dice que las reglas y las «pesadas nubes de la razón» esconden la belleza de nuestras deformaciones; distorsiones que se dan libremente. «El paisaje es infinito», remata y nos alienta a arrojarnos en él, hacia lo desconocido, sin elucubraciones subyugantes. Los más de 70 minutos de Hurry Up, We’re Dreaming fluyen a la deriva dejándose llevar por principios como la libertad y todo lo que se desprende de ella: la imaginación, los sueños, la infancia y la idea inocente de que todo es posible.
Pero este discurso no se queda sólo ahÃ, en las palabras. Gonzalez lo pone en práctica en ciertas decisiones que hicieron a la gestación y dirección (múltiple) que fue tomando esta última producción. Para empezar, no hace falta decir que editar un álbum doble en estos tiempos de consumo fugaz y atomizado es una locura, al menos en términos comerciales. Ahà tenemos un primer gesto de exceso (o en todo caso de me importa un bledo) que será justificado por el espÃritu liberador de la obra. Otro ejemplo muy reconfortante es el hecho de que Anthony se haya animado a soltarse como cantante, y vaya si lo hizo: venciendo su timidez como performer ahora pega alaridos desgarradores a la Peter Gabriel agigantando aún más sus colosales composiciones.
Porque lo central de Hurry Up es la ausencia de lÃmites, es un elogio a la desmesura encauzada en una causa noble y emancipadora que se expresa también en canciones que no dejan lugar a medias tintas. Porque el sentido de espacialidad (en todas sus acepciones) también es fundamental: hay temas envueltos en capas y capas de efectos y sintetizadores que producen un sonido arrollador y expansivo, como un Big Bang que explota trastocando cualquier tipo de parámetros (la furia destructora de arcoiris de The Bright Flash, el romanticismo majestuoso e imbatible en My Tears are Becoming a Sea o los crescendos vertiginosos de Steve McQueen). En el otro extremo, tenemos canciones introspectivas que van brotando progresivamente hacia afuera, pequeños destornilladores de corazones como Wait y su melancolÃa acústica, o Splendor y esos coros celestiales que hace que todo a nuestro alrededor se ralentize. Más diminutos y hasta minimalistas son algunos de los instrumentales que desde sus sugestivos tÃtulos convocan una vez más a la imaginación: Where the Boats Go, Train to Pluton y la idea fija de viajar sin lÃmites ni mapas para encarar lo fértil e inexplorado.
Como si fuera poco, los temas con pasta de hit, al mismo tiempo de que se postulan como los mejores del año, también se permiten ciertas licencias que en otras manos menos prodigiosas serÃan un bochorno: los recursos más dudosos heredados de los 80’s, como un solo de saxo o un slapping de bajo excesivamente pomposo y funky, se vuelven algo genial en Midnight City y Claudia Lewis respectivamente. El mentor de M83 tampoco sabe de lÃmites estilÃsticos y asà es como también invierte las normas del buen gusto.
Después de un rato placenteramente largo, en Outro, un fluir envuelto en reverb, paz y esperanza, Anthony siente que «Soy el rey de mi propia tierra / enfrentando tempestades de polvo pelearé hasta el final / Las criaturas de mis sueños se alzaran y bailaran conmigo». Pero en pleno estruendo victorioso todo se hace silencio abruptamente. El sueño terminó, ya no hace falta que nos apuremos. Ya está. Al volver a la realidad luego de semejante viaje todo queda bien claro: la música, como los recuerdos de infancia, la imaginación y los sueños, son el refugio, el descanso evasivo no sólo de Anthony Gonzalez, sino el nuestro también.
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DEGUSTACIÓN
WAIT
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