Sonic Youth

octubre 26, 2011


Corría el año 1977 cuando Thurston Joseph Moore decidió abandonar sus estudios en Connecticut para probar suerte en la Gran Manzana. Tenía tan sólo diecinueve años, un proyecto de punk-rock influenciado por los Talking Heads llamado The Coachmen y un alquiler en la East 13th Street de poco más de cien dólares que a duras penas podía costear. «Me mudé a Nueva York para acostarme con Patti Smith«, escribiría años más tarde. Irónico o no, era ineludible el hecho de que su mente había vagado durante mucho tiempo entre los Dictators, los Ramones y las tertulias en Max’s, aquel bar que la poetiza del rock solía frecuentar junto a Robert Mapplethorpe. Porque ese adolescente de tez traslúcida obsesionado con Sid Vicious «“que aseguraba que el rock and roll había salvado su alma- podría haber nacido en la soleada Florida, pero sus anhelos no necesitaban más que lo que la nublada Manhattan tenía para ofrecerle: las funciones doble en el St. Mark’s Cinema, la no wave, la remera a rayas de Kim Gordon.

Fue Stanton Miranda «“compañera de Gordon en la banda CKM- quien los presentó. En aquella época Kim tenía un perro llamado Egan, una ponytail echada a un lado y un colchón en la casa de la galerista Anina Nosei. «La sonrisa más bella que vi jamás», según las palabras de aquel flacucho nacido en Coral Gables que decidió en aquel momento no volver a quitarle los ojos de encima. No contentándose con compartir la cama y la manía por comprar discos aún cuando el dinero escaseaba para ir a la despensa, Moore y Gordon decidieron hacer música juntos. Male Bonding, Red Milk, The Arcadians. Fue recién en el Noise Festival de junio de 1981 -cuando Lee Ranaldo del ensamble de guitarras de Glenn Blanca aceptó unirse a la banda- que los titubeos de titulación cesaron y se decidieron por esa juventud sónica. Con un ethos proveniente del hardcore punk, Sonic Youth aniquiló el canon que hasta ese momento regía el universo del tuning. Con su sonido abrasivo y su radical atonalidad demostraron que el ruido podía convertirse en canción. Y vaya si podía. Destornilladores o palillos de batería fueron adjuntados a las guitarras para alterar su timbre, mientras las cuerdas eran frotadas contra los amplificadores a prueba de todo tímpano. «Cuando tocás en un tono estándar todo el tiempo… las cosas suenan bastante estándar», se mofaban los responsables de llevar el noise rock a la gran demanda.

Su primer y homónimo LP salió bajo el ala del sello discográfico de Branca, Neutral Records. Tres años más tarde, Thurston y Kim contrajeron matrimonio en Connecticut, esa misma ciudad que lo había visto partir. «La amo todo el tiempo», rezaba una canción de Bad Moon Rising (1985) poco después, dejando en claro el poder de la inmanencia en el acto de componer. Fue por aquel entonces que Steve Shelley pasó a ocupar su estoico puesto al comando de la batería. Pero no fue hasta la salida concatenada de Evol (1986), Sister (1987) y Daydream Nation (1988) que la prensa reconoció que no podía continuar de oídos sordos y ojos ciegos a lo que estaba sucediendo. «Sonic Youth está haciendo la más extraordinaria música basada en guitarras desde Jimi Hendrix«, enunció por aquel entonces el periodista Robert Palmer en las páginas del New York Times.

Coco Hayley Gordon Moore nació el mismo año que Experimental Jet Set, Trash and No Star (1994). La boca de papá, los ojos de mamá y el tiempo que se precisa para contar un relato en clave romance en el track del disco que se convirtió en hit, Bull in the Heather. En el lustro subsiguiente, Gordon pasaría a tocar cada vez con mayor frecuencia la guitarra. Su tendonitis crónica le endilgaba una cuota de dolor difícil de soportar con el bajo, instrumento que a partir del año 2006 pasaría definitivamente a manos de Mark Ibold.

Aquellos que «redefinieron lo que el guitar rock podía hacer» confirmaron hace unos meses que tocarían por segunda vez en Argentina el próximo 5 de noviembre, en el marco del Personal Fest. Más de una década de espera, plagada de falsos rumores sobre posibles visitas, fue motivo suficiente para que el entusiasmo por la noticia acelerase el ritmo cardíaco de unos cuantos. Sin embargo, el pasado 14, un anuncio liberado por el sello actual de la banda (Matador Records) dio un triste e inesperado giro a los acontecimientos: Moore y Gordon se separaban luego de 27 años de casados. Y la desesperanza corrió por partida doble, porque no sólo se daba por concluida una de las parejas más prolíficas en el mundo del música, sino también porque el destino de una de las bandas más importantes de las últimas décadas pasaba a llevar sobre su frente el rótulo de lo «incierto» -algunos incluso vaticinando que el show que brindarán el 14 de noviembre en San Pablo, Brasil, podría ser el último gig de su carrera.

Y es difícil saber qué vendrá. Y la ansiedad. Y el desconcierto. Pero también la esperanza. Pero también el agradecimiento. Porque ese muchacho de tez traslúcida obsesionado con Sid Vicious y esa blonda con la ponytail echada a un lado fueron -y seguirán siendo siempre- mucho más que una historia de amor. Y ahí es cuando cuesta menos dejar las caras largas. Porque es innegable que «“sin importar lo que ocurra mañana- Sonic Youth salvó nuestra alma.

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