St. Vincent
Strange Mercy
2011 – 4AD
[8.4]
En su ensayo A Brief Romantic Interlude, Richard Maltby analiza una famosa escena de Casablanca, de Michael Curtiz: Ilsa (Bergman) va a la habitación de su ex, Rick (Bogart), a fin de obtener su ayuda para huir de Casablanca junto a su actual marido lÃder de la Resistencia. Rick se niega. Ella saca una pistola y amenaza con dispararle, pero se derrumba y entre lágrimas comienza a contarle por qué lo habÃa abandonado en ParÃs años atrás. Le confiesa que aún lo sigue amando y la pareja se abraza en primer plano. La pelÃcula pasa entonces a un plano de tres segundos y medio de la torre del aeropuerto y luego vuelve a un plano del exterior de la habitación con Rick de pie, fumando un cigarrillo. Él le dice «˜¿y entonces?’. Ella retoma su relato…
La cuestión aquà es, ¿qué pasó en esos tres segundos y medio? ¿Se acostaron o no se acostaron? Hay indicios de que sà lo hicieron pero también hay motivos claros para pensar que no. La respuesta es: se acostaron y no se acostaron. Para Maltby esta es una clara muestra de cómo Casablanca está «deliberadamente construida para ofrecer fuentes de satisfacción distintas y alternativas, que podÃa funcionar tanto para una audiencia inocente como una «˜sofisticada’. Esta doble lectura hace su aporte al notable éxito de esta pelÃcula y de Hollywood en general».
El mismo principio opera en las canciones de Strange Mercy, último disco de la tejana ex The Polyphonic Spree, Annie Clark, también conocida como St. Vincent. En una primera aproximación, nos encontramos con una voz dulce e introspectiva en piezas accesibles, inmediatas, pegadizas, tal vez un tanto inocuas. Pero cuando repetimos la escucha y descendemos al nivel de los detalles, a la textura misma, hallamos dónde reside su verdadera riqueza. Este segundo plano está poblado por guitarras distorsionadas en el sentido más literal del término, disonancias, ritmos sincopados y demás pulsiones que se rebelan a la estructura convencional del primer nivel y funcionan como su sombra obscena, es decir, el reverso oscuro que la transgrede.
Estas dos dimensiones están en continuo diálogo a lo largo de todo el álbum (desde el atroz solo de guitarra que irrumpe en la -hasta ese momento- dulce Cruel hasta el vuelco en la sutil Year of the Tiger, donde una reflexiva balada deviene un oscuro crescendo, pasando por el caótico final de Northern Lights) y es en esta dialéctica constante donde reside su leitmotiv. ¿El resultado? Una vez más, la lectura es dual: estamos ante un conjunto de sencillas y atractivas canciones inofensivas, y al mismo tiempo, frente a uno de los mejores discos del año. Todo depende de nosotros.
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DEGUSTACIÓN
CRUEL
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