20 años de Pearl Jam

septiembre 12, 2011

El término anglosajón endure es un caso interesante en el mundo de la semántica. Principalmente porque es de esas palabras singulares que escapan con astucia a una traducción exacta, literal. Endure refiere a la permanencia, a una existencia que sabe del paso del tiempo. Pero no sólo eso. Su médula conceptual radica en la fortaleza del modo: enfrentar los embistes con temeridad, lamerse las heridas, saberse reinventar.

Cuando Cameron Crowe le preguntó a Chris Cornell durante una entrevista para el documental Pearl Jam Twenty «“presto a estrenarse en Argentina el día 20 de este mes- qué era lo que distinguía a Pearl Jam del resto de las bandas de su tiempo, respondió: «Las bandas estadounidenses de rock simplemente se separaron. Ellos permanecieron unidos».

Fue el propio Cornell quién los vio nacer en el inicio de la década del ’90 bajo el ala de Temple of the Dog, un proyecto musical temporario en homenaje al difunto líder vocal de Mother Love Bone, Andrew Wood. Porque así fue, Pearl Jam aún no tenía nombre y ya había nacido bajo el impacto de un primer golpe en la quijada, cuando su guitarrista Stone Gossard y su bajista Jeff Ament intentaban lidiar con el dolor del fallecimiento de su heroinómano frontman. En el templo del perro también dijeron presente Mike McCready, Eddie Vedder y Matt Cameron; y, salvo por este último «“quien sería miembro estable de Pearl Jam a partir de 1998-,  allí se vieron a la cara por primera vez los mismos que aún hoy, una veintena de añares después, siguen siendo parte de la perenne nómina.

Una vez bautizados, los Mookie Blaylock se vieron forzados a cambiar su patronímico por problemas con los derechos. Es que utilizar el nombre de un célebre jugador de la NBA no fue la más cauta de las decisiones. El resultado del reemplazo: esa extraña combinatoria jamás esclarecida entre la joya marítima y el jamming de Neil Young. Pearl Jam inició así un camino que los catapultó a la fama mucho más pronto de lo que esperaban. Ten, su primer álbum de estudio -que el pasado 27 de agosto celebró su vigésimo aniversario- batió records de venta y los condujo sin preámbulos al salón principal del grunge, ese oleaje de letras desencantadas y jóvenes iracundos encabezado por Nirvana y secundado por nombres como Alice in Chains y Soundgarden.

No les fue fácil lidiar con la inminente fama, así como con los duros comentarios de la prensa y sus colegas. Fue Kurt Cobain en persona quién abrió el fuego de la discordia al tildarlos de «vendidos (a la industria)». La acusación se multiplicó por doquier. Incluso la revista inglesa NME los inculpó de «intentar robar dinero de los bolsillos de los adolescentes alternativos».

Paradójicamente, los jóvenes de Seattle detenían en sincronía golpes que provenían de la industria misma. En 1994 se vieron obligados a cancelar su gira de verano en protesta por el service charge que la corporación Ticketmaster adicionaba a la venta de las entradas de sus shows. En aquella época también se negaron a filmar videos o lanzar singles. Vedder llegó a agradecer un Grammy bajo el chascarrillo de «no creo que esto signifique nada». ¿Demagogia o rebeldía? Todos parecían querer participar del debate que los sumergía en el epicentro de los empalagosos halagos y las ácidas críticas.

En el año 2000, la banda tuvo que hacerle frente a un suceso que excedió la insípida discusión sobre su carácter comercial. Durante un concierto que brindaron en el festival de Roskilde en Dinamarca, nueve espectadores murieron sofocados bajo el tumultuoso gentío. La culpa es un plato desabrido. «Tocar frente a las multitudes…estar juntos fue lo que nos permitió comenzar a procesar lo ocurrido», afirmaron una vez que se apaciguaron las aguas.

De aquel entonces, otra década trascurrió y el quinteto continuó de pie a pesar de todo. El fantasma de la separación se acercaba por momentos y los instaba a abandonar. «Algunas veces estuvimos cerca», confesó McCready en alguna oportunidad. Los avatares incluso llegaron a alcanzar la propia relación con los seguidores. Fue resonado el caso del recital en Denver del año 2003 donde varios fans se retiraron indignados luego de que el cantante estacase con el micrófono una máscara del aquel entonces presidente de los Estados Unidos, George W. Bush.

Fue un camino sinuoso, nadie puede negarlo. En el ínterin vendieron 60 millones de copias de sus discos en todo el mundo. El USA Today publicó una encuesta donde se les adjudicaba el título por demás modesto de «la mejor banda estadounidense de todos los tiempos». La popularidad los llevó hacia destinos hiperbólicos. Y más allá de la divergencia de simpatías, nadie pondría en tela de juicio que estos chicos tienen motivos para festejar. La razón: hace veinte años que hacen música juntos. Y el hecho excede la cuestión temporal. Porque hay un trecho «“sí, bastante amplio- entre envejecer y perdurar.

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