Javier Barría: la gentileza de los polígonos

agosto 10, 2010

Una noche, dos conciertos. Y dos experiencias muy disímiles. Primero, Álvaro Del Canto. Se dice que si uno no puede decir algo bueno de alguien debería callar, pero bueno, no resulta tan fácil. Digámoslo con una imagen: la música de Del Canto parecía un encuentro a tomar el té entre Luis Alberto Spinetta, Hugo Moraga y Jeff Buckley. Una reunión a la que el primero llega con gastritis, el segundo con gripe y el último con jaqueca. ¿Qué tipo de composiciones son ésas que rebuscan hasta el cansancio para hallar un punto remoto de encuentro entre jazz, pop e indie? Tropiezo tras tropiezo. Letras que persiguen una musa bizca. Pretensiones insatisfechas. Pero calma, la velada encontró reparación.

Javier Barría pasa por un muy buen momento. Introducción a la Geometría, su disco publicado en 2009, ratifica sus calificaciones amén de un mejor pulso, de una elección más precisa en composiciones y arreglos. Y se agradece porque Barría reúne en su música cualidades notorias: una tibia fragilidad, una singular manera de evocar encuentros furtivos, caminatas sorprendentes, fines de semanas con historias domésticas que son las que al fin y al cabo nos terminan definiendo. También Barría pasa una prueba importante: sus canciones son como haikus cíclicos que con un acompañamiento mínimo -a veces solo su bajo y breves apuntes de teclado son capaces de sostener con éxito una canción- llegan a buen puerto. Y esto es prueba de esmero armónico y melódico con que Barría levanta cada uno de sus temas.

Hubo estreno de nuevas canciones: Historia de Terror y Estábamos Unidos de América, entre algunos nuevos títulos. Y presagian momentos interesantes en una carrera que se perfila con independencia y gusto. Un fondo acústico que se nutre de la electrónica como un aditivo y no un lienzo atosigante y gélido; melodías que recuerdan la gentileza de gente, por ejemplo, como Daniel Melero o Kings of Convenience.

Y, con una carrera de varios discos y decenas de canciones, aparecieron sus ya prematuros clásicos: Cortinas naranjas Mi corazón, su casa, valen la pena recordarlas como parte de los mejores momentos de una presentación que nos pone en el horizonte a Javier Barría; ya no como un trovador experimentando con gorgoteos digitales, sino como un animador de primera línea de nuestra escena.