La banda galesa finalmente se animó a ponerle música a las letras que dejó su ya mÃtico guitarrista Richey Edwards antes de desaparecer misteriosamente en 1995. El resultado: Journal for Plague Lovers, el mejor disco de su carrera desde The Holy Bible (1994).
Poco conocidos por estas tierras, los Manic Street Preachers son simplemente una de las bandas más complejas e interesantes que ha dado la historia del rock. Es difÃcil resumir en pocas lÃneas todo lo que es y significa este grupo oriundo de Gales que quiso revolucionar al mundo (tanto cultural como polÃticamente) aún sabiendo que se trataba de una utopÃa. Para semejante propósito (aunque imposible) la banda asumió un alto compromiso polÃtico y social y se nutrió de un impresionante bagaje intelectual, desbordante en citas y guiños a artistas y obras de todo tipo. Sus letras reflexionan sobre temas de lo más variados, que ninguna otra banda ni siquiera se imaginarÃa pensar, ni mucho menos cuestionar.
El mayor responsable de este despliegue lÃrico e ideológico fue Richey Edwards. De él podemos decir que no era un buen guitarrista, que era depresivo, insomne, anoréxico, que se automutilaba, pero también que fue el mejor letrista de su generación. El último disco que grabó antes de desaparecer, The Holy Bible, es un oscuro compendio de miserias humanas que evoca genocidios, prostitución, dictaduras, anorexia, poder y corrupción polÃtica y hace que las letras de sus admirados Kurt Cobain y Ian Curtis parezcan berrinches adolescentes y caprichosos.
Luego de que Edwards se evaporara sin dejar rastros, los Manics continuaron como trÃo y el bajista Nicky Wire se encargó de las letras con similar talento. A fines del año pasado la ley británica cambió la etiqueta del caso Edwards de «Desaparecido» a «Muerto». Fue por eso que para Journal for Plague Lovers la banda decidió desempolvar su viejo cuaderno con sus ultimas letras para crear catorce canciones redondas, frescas y urgentes (la mayorÃa apenas supera los tres minutos). Ya habÃan pasado trece años y estaba claro que Richey no iba a volver.
Con la ayuda del productor Steve Albini, la banda suena más ajustada que nunca: la voz de James Dean Bradfield (posiblemente el punto más débil de la banda) modula con mayor versatilidad y su guitarra también amplia su paleta sonora casi sin esfuerzo consiguiendo grandes riffs y melodÃas (adictivos los estribillos de Peeled Apples y del track escondido Bag Lady). Lo mismo sucede con la base rÃtmica, con Nicky Wire y el baterista Sean Moore muy inspirados en temas como All is Vanity, Pretensión/Repulsión y el que le da el nombre al disco.
También se destacan Marlon J.D., que rockea con una baterÃa eléctrica, Me and Stephen Hawking y sus inesperados cambios de tempo, y los temas acústicos, como Facing Page: Top Left y This Joke Sport Severed, con una bella sección de cuerdas hacia el final. En definitiva, son muchas canciones y todas muy buenas. Estas últimas letras de Edwards no son tan deprimentes pero mantienen la agudeza tan propia en él. William’s Last Words es la más triste, y con frases como «Jesús, déjame ir/Estoy muy cansado/Y me encantarÃa irme a dormir y despertarme feliz», no hay duda de que los Manics le dicen adiós y lo dejan ir, esta vez sÃ, para siempre.