Battle for the Sun – Placebo

julio 11, 2009

Con Battle of the Sun, Placebo estrena baterista, trabaja con el productor David Bottrill por primera vez, recrudece su sonido y deja de lado todas sus encantadoras particularidades para volverse una banda más.

placebo, battle for the sun
Digámoslo de entrada y sin vueltas: es muy difícil que Placebo vuelva a alcanzar el altísimo nivel de aquel magnífico segundo álbum llamado Without you I’m Nothing (1998). Después de esa obra que rozaba la perfección, la banda se conformó (muy sabiamente) con editar discos dignos, que en el caso de Placebo seguían siendo muy buenos, e incluso superiores a gran parte de la oferta musical anglo del momento.

Y es que Placebo tiene algo, un algo que sin embargo se puede desmenuzar en varias cosas: pasión, honestidad, personalidad -sobre todo en la figura de Brian Molko, en su voz andrógina y en sus letras cargadas de actitud e irreverencia-, y una increíble facilidad para crear melodías irresistiblemente pop (piensen sino en This Picture, por dar uno de tantos ejemplos). Bueno, lamentablemente Battle for the Sun no tiene nada de eso. Nada de ese algo que constituye la esencia y el encanto de la banda. Este disco lo podría haber grabado cualquiera.

Las melodías y los estribillos memorables fueron reemplazados por un muro de sonido totalmente rudimentario y homogéneo producto de un tratamiento de guitarras poco inspirado, incapaz de lograr ni un acorde o riff que rompa con tanta monotonía. Quien sí tiene ganas de destacarse es Steve Forrest, el baterista nuevo que, si bien deja claro (quedate tranquilo pibe) que tiene técnica suficiente para reemplazar al otro Steve (Hewitt), con semejante despliegue de destreza en la mayoría de los casos innecesaria, no hace más que cargar aún más la densa textura de las canciones, llevándolas al borde de la asfixia.

Las cuerdas y bronces que Placebo incorpora por primera vez a su música apenas se escuchan, víctimas de esa bola de ruido que arrasa con casi todos los temas del disco y boicotea las pocas ideas puestas en juego. Para colmo, los arreglos electrónicos, aunque audibles y bien al frente, son de un mal gusto difícil de creer (escuchen sino el teclado de Bright Lights) y los arreglos vocales (bah, los coros) parecen una joda (sobre todo el de Ashtray Heart, cantado en español).

Pero lo más triste de todo es que Molko haya perdido por completo el rumbo con sus letras. Esta vuelta, su pluma se descubre perezosa, llena de lugares comunes y perdida: sus palabras ya no se saben a quienes van dirigidas y con qué intenciones. Antes, Molko parecía ponerle la mano en el hombro a sus fans y susurrarles al oído que sí, que la vida es una mierda y que a mí me pasa lo mismo que a vos. Ahora, apenas lo escuchamos detrás de esa maraña de guitarras, cantar distante y con desafección una letra que no nos interpela, ni nos dice nada. Una letra que podría escribir cualquiera.